Mi único problema contigo es
que no te entiendo.
Llevo tiempo dándole vueltas
a ello, tratando de llegar a una conclusión lógica que me indique qué me
produces. No es odio lo que siento, pues
no estaría dispuesta a matarte . Y, sin ser tan drásticos, tampoco es
desprecio, no es agresividad. Es, en cierto modo, impotencia. Tampoco amor, esa impotencia no puede tomarse
como sinónimo del amor, del querer pero no poder. Bueno, realmente si es un querer pero no poder. Pero no un querer mantener una relación de pareja
medianamente seria, ni tomarte como apoyo indispensable. No entras dentro de
mis cánones para ello. Puede que sí en los impuestos; no en los propios, no
eres lo que busco, te faltan muchos puntos que dudo puedas llegar a alcanzar,
más por querer que por poder.
La indiferencia no sirve como descripción, pues no es cierto que me
de exactamente igual lo que suceda. Sin
llegar a ser un apoyo, tampoco me dan igual tu opinión, tu punto de vista, tu
parecer. Es una situación extraña. De vez en cuando
te da por hacer cosas que se escapan de lo que yo espero, huyen de la lógica marcada a la que había llegado tras
un exhaustivo análisis de tu actitud, y eso me desconcierta. Me desconcierta y al mismo tiempo me atrae.
Es una atracción rara, incomprensible. Me gusta
sentirla, pese a que muchas veces me saque
de quicio. Y me veo incapaz de
criticarla, de suprimirla, de intentar desterrarla, pues yo también hago a
veces cosas sin sentido aparente ni meta definida y es eso exactamente lo que,
a menudo, me hace sentirme yo mismo. El hecho de hacer algo que no se espera de mi,
algo incoherente, ilógico, en cierto modo sorprendente.
Por tanto, he concluido que mi único problema
contigo radica en la comprensión. Simplemente, no te entiendo.